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NINÍN, DÍA DE MUERTOS EN PAPANTLA, VER. (con video)

Por Zenón Ramírez García
Segundo Cronista de la Ciudad.
 

 


¡No tardan en tronar los cohetes!

El olor a manteca, a cueritos y a carnitas ya invade el ambiente del patio familiar; ahí los hombres abuelos, adultos, jóvenes y niños, en gran camaradería, compadres y familiares, le atizan a la lumbre, rodean la paila para que no se peguen los cueritos, les ponen sal, los pellizcan para ver si ya están buenos, y entre rodeo y rodeo los viejos se empujan un buche de aguardiente o un trago de cerveza, mientras discurre la charla en totonaca, lengua aguda y cantarina, entre carcajadas y sonrisas.

Contentas, las mujeres en la cocina todas trajinan, hasta las niñas se han visto carrereadas con el agua y con la leña. Desde la madrugada comenzaron los preparativos de este día, tan pronto estuvieron las costillas del chacho sacrificado, comenzaron a preparar los tamales de hoja de plátano. Luego siguieron con el chocolate y los bollitos de anís. Mmmmm todo con un sabor a leña, inigualable.

¡No tardan en tronar los cohetes!

Ya casi es mediodía y los difuntos chiquitos pronto llegarán. Seguramente ya andan por ahí esperando a que les llamen. Para eso son los cohetes, para llamarlos, precisamente al mediodía (tastunút). La cita es puntual año con año, el último día del mes de octubre. Por eso al altar ya comienzan las mujeres a poner las ofrendas alimenticias, el chaw, el pan de muerto, el chocolate caliente, los tamales sin picante, los bollitos de anís, los aromáticos totopos, fruta fresca, los plátanos asados, la calabaza en conserva, atole, dulces, juguetes, ropa, en fin, todo, todo lo que a los difuntos chiquitos les gusta, porque a ellos se les espera. Prenden las velas y veladoras, se dejan las puertas abiertas para que entren los espíritus. En el incensario, las brasas queman el copal que los niños le echan para sahumar el altar y un blanco humo inunda la estancia.

¡Qué olor a Ninín, Día de muertos!

 -Mamita, mamita ¿van a venir los niños muertos?
- si hijo.
- ¿y cómo? ¿los vamos a ver?
- No m’ijito, no los vamos a ver como niños, ellos vienen en forma de hormigas, mosquitos, mariposas, a veces vestidos de pájaros.

 En la cosmovisión totonaca el alma de los muertos vive… y vive en la alegría, por eso en la festividad de Ninín todo es canto, convivio y reencuentro con los muertos que regresan al núcleo familiar. Días en que no hay envidias, temores, ni desesperanzas. Días de nutrir al espíritu de renacimiento y reconciliación. Para los totonacas los muertos no espantan ni causan daño, no son maléficos ni traen desventuras; no aterran, mucho menos embrujan. ¡No son cuerpos que resucitan!

En tanto el frío empieza a calar a los habitantes de esta tierra, habitualmente caliente, van dando aliento a su creencia prehispánica, firmemente arraigada tanto en los pueblos de la costa como en los de la sierra: que la vida no termina con la muerte, que los muertos moran en el inframundo o lugar de las tinieblas, en el “Kalinin” (lugar de los muertos), espacio imaginario similar al de los aztecas, dónde enseñorea Mictlantecuhtli el “señor del mictlán” o “señor del lugar de los muertos”.

Tal creencia presume la idea de que a los muertos se les permite -cada cierto tiempo-, regresar al mundo de los vivos a visitar a su familia. Los familiares lo saben y por eso con alegría y amor se preparan para recibirlos.

Aunque no hay mucho acuerdo en la fecha de salida del Kalinín -como lo señalan los resultados de las investigaciones efectuadas en la década de los setentas del siglo pasado por la Dirección de Culturas Populares en la región-, algunas familias inician los preparativos a partir del veinticuatro de agosto (Día de San Bartolomé Apostol); en la parte alta de la región del totonacapan, en la comunidad de Coahuitlán, Veracruz, el cuatro de octubre, en San Francisco, y otras, el dieciocho de octubre (San Lucas).

En esa fecha, en el altar permanente montado al santo patrono del Kantillán (la casa de los abuelos), se enciende una veladora para iluminar el camino de los muertos de regreso a casa y se coloca un vaso con agua para bastimento.

Las familias de arraigadas tradiciones efectúan la festividad del Día de Muertos en cuatro tiempos:

1ro. Los preparativos. Inician con el arreglo del horno de pan y los braseros, la maja de caña para hacer panela y piloncillo, la manufactura de bateas de madera, ollas de barro, comales e incensarios, confección de tejidos y bordados de manteles, de coronas de flores de papel encerado, se colecta leña y blanquillos, se cortan los racimos de plátano, las hojas de palma para tejer las 13 estrellas, las canastas y los pájaros que colgarán en el altar. Con el producto de la venta de las cosechas se va a Kachikín (al pueblo) a comprar el chile de mole, cacao, harina, levadura, incienso, velas, veladoras, canastas de carrizo, papel de china, tela para forrar la mesa, morrales, ropa y zapatos nuevos para los difuntos, cohetes, el aguardiente o kúchut, y todo lo necesario para el altar, que no se tenga en casa o en la sementera.

En esta fase, en el pueblo mágico de Papantla se realizan talleres de papel picado, confección de estrellas y canastas de palma, de elaboración de figuras de chocolate.

A partir del 29 de octubre se monta y arregla el puchaw o altar a los muertos - adicional al altar permanente- que puede ser colgado al techo o fijo al piso y que estará expuesto del 31 de octubre hasta el 8 de noviembre.

La mesa rectangular contiene las tres dimensiones espaciales: la que queda debajo de ella es el kalinín o inframundo, donde habitan los muertos; encima, el tiyat o mundo terrenal actual, y sobre ésta, el akapún, supramundo o cielo, donde moran los dioses.

Se forran los 4 mecates que la sostienen o las 4 varas de aproximadamente 2.0 m. de alto, sujetas a las esquinas de la mesa -que afirman los ancianos: representan las cuatro eras del ciclo de vida y también los cuatro años de sepultura del difunto antes de su reposo final, según la teología prehispánica-, con hojas de tepejilote, flores de cempasúchil o flor de muerto, de veinte pétalos, color amarillo oro, para darle brillantez y luz a las almas en el mundo de los muertos; color del luto usual entre nuestros ancestros milenarios, flor sagrada que tiene el color de los rayos del sol, de Chichiní.

A los mecates o a las varas, una vez forradas, se les cuelgan racimos de naranjas, plátano, figuras de muertos, pájaros y canastas de chocolate y pan. En el frente del altar se coloca un arco formado con tallos de caña de azúcar, igualmente forrados, que afirma el antropólogo Crescencio García Ramos, representa al cielo; en él se colocan 13 estrellas de palma, por cada una de las 12 madres abuelas y el hombre.

A la mesa se le viste hasta el piso o firme con una tela que le cubre los tres lados visibles, con manteles y mantelitos previamente bordados con flores y pájaros, papel picado mostrando imágenes alusivas a la muerte y a las calaveras. Al fondo del altar se cuelgan las coronas de flores de papel encerado.

El arco en la parte frontal superior del altar es la puerta de entrada al mundo de “Kalinin”, por donde pasaron nuestros seres queridos y por donde algún día habremos de entrar al momento de nuestra partida de este mundo terrenal.

A lo largo de un pedazo de tallo de plátano se colocan velas como a lo largo de la mesa, pero en el suelo; que encendidas son luz para iluminar el camino de los difuntos en su retorno al hogar, purificación y calor necesarios para salvarlos de las sombras del inframundo.

En el piso (o suelo) con pétalos de flor de cempasúchil se dibuja una gran cruz y se coloca el incensario, previamente hecho con manos abuelas que enseñan a los nietos a confeccionar con barro amarillo y cocer con hojas de totomoxtle (de maíz) para quemar el copal, sahumar el altar y llenar de oloroso incienso el recinto; a los costados de la mesa cubetas con flores de temporada en la región.

¡Qué hermosura de altar para recibir con cariño a los difuntos queridos!

Finalmente, en esta fase, al lado de la entrada a la casa, el primogénito de la familia instala un altar pequeño dedicado a las “ánimas solas”; a los huérfanos, grandes y chicos que no tienen familiares que los reciban; dedicado a aquellos que tuvieron una muerte violenta. Claro ejemplo de actitud de solidaridad que los niños aprenden con este gesto.

2do. Tiempo. “Ninín”, Día de Muertos o Todos Santos en la liturgia católica.

Al mediodía del 31 de octubre, se espera a los difuntos chiquitos con el chaw. La explosión en lo más alto del cielo de los cohetes de arranque, lo anuncian; el típico olor del pan de muerto y del chocolate caliente los llaman; el humo blanco del incienso y la luz de las velas los guían; la cruz formada con pétalos de cempasúchil y las imágenes de santos colocadas en el altar, los bendicen, en un místico sincretismo de las creencias indígenas y católicas.

Al medio día del 1º de noviembre se retiran los “difuntos chicos” y llegan los grandes. Para ellos se pone una ofrenda distinta: tamales picantes, bollitos de anís, totopos, aguardiente, tabaco y cigarros, ropa, morral y machete, y todo aquello que fue del gusto de los difuntos a quienes se espera.

La creencia dice que los difuntos llegan transformados en insectos, por lo que se coloca el chaw caliente ya que ellos consumen el vapor que emana de los alimentos ofrendados. Por la noche se cantan alabanzas para que los difuntos estén alegres y no tristes. En los cerros que circundan a Kachikín se escucha el eco de los cantores:

¡Buenos días paloma blanca,
Hoy te vengo a saludar,
Saludando tu belleza
En tu reino celestial!

En el Pueblo Mágico de Papantla de Olarte, Veracruz, los hábiles caricaturistas retratan, en pequeños trozos de papel blanco con trazos en tinta o a lápiz, a los personajes sobresalientes, recreando la escuela dejada por el Mtro. Teodoro Cano García. Otros, dan rienda suelta a su talento, hilvanando los versos sarcásticos con que resaltan las cualidades de los personajes públicos en las calaveras literarias, emulando al nunca olvidado Rómulo Pardo García, como la que le dedicó al Lic. Carlos Juan Islas:

El profesor Guicho Salas
Amenazó a sus alumnos
Porque se portaron mal,
Con leerles de corrido
Versos del incomprendido
Vate “chafa” Carlos Juan.

O la hecha al Sr. Lammoglia

Tiene muy poco cabello
Ya ni la gorra se quita
Pero le queda el consuelo
De tener una “Mechita”
Que no es parte de su pelo
Sino el nombre de su hijita.

Por la tarde, el desfile de catrines del panteón al centro histórico, que recientemente la Casa de Cultura organiza, personificando las caricaturas con que ilustrara sus Calaveras Garbanceras José Guadalupe Posada, originalmente para criticar a la burguesía porfirista y señalarle que todos, ricos y pobres, igual mueren, y que hoy en día, los "modernos intelectuales e impulsores de la cultura" le han quitado el carácter político y de crítica a esta identidad mexicana.

Por la noche, en los espacios públicos -como en determinadas casas-, las familias celebran amenas tertulias para recrear la leyenda de Paloma Blanca o la de Juan que no ofrendó a sus fallecidos padres, para cantarle a los difuntos y leer calaveras literarias, al tiempo que degustan ricos tamales, exquisito pan de muerto y sabroso chocolate.

El día 2 es de visita al cementerio, donde el bullicio de los visitantes, la interpretación musical de temas que gustaban al difunto y el de los trabajadores que ofrecen sus servicios para limpiar y pintar los panteones, marcan el día. En la vista resalta el colorido de las flores naturales y artesanales, las pequeñas flamas de las veladoras encendidas, que al caer la noche, ofrecen un espectáculo matizado por los atrevidos que echan sus cohetes, desafiando su prohibición.

Al día siguiente, el 3 de noviembre, los familiares y compadres realizan su intercambio de saludos y ofrendas, reafirmando lazos sanguíneos y espirituales.

3ro. “Xa aktumajat” – Ochavario o la octava, en la que se recibe de nuevo a los muertos, pues durante esos días han permanecido en la tierra y han rondado por las casas de sus familiares; para ello, colocan nuevas ofrendas, aunque en menor cantidad. Con esto, algunas familias dan por concluida la festividad.

Finalmente el 4to. Tiempo, de San Andrés, 30 de noviembre, en que las familias terminan la fiesta de Ninín adornando nuevamente el puchaw -o en su defecto el altar del kantillán- para colocar el chaw de despedida a los difuntos; algunas familias preparan tamales de pescado o de pollo, con la creencia que todo lo ofrendado en esta fecha será su bastimento hasta el siguiente año.

Al igual que nuestros queridos difuntos, también yo abrigo la esperanza de regresar el próximo año a seguirles contando mis cuentos, y si no ¡allá nos vemos!


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Última actualización: 181014